PERDÓNANOS ÁMBAR

08.08.2020
Por Manuel Olivares

 

La noticia aparece en todos los portales del país y seguramente será la principal en los noticieros de la noche. Todos los matinales afilan sus colmillos para hacer de esta tragedia largos minutos de rating a favor. Entre medio de los anuncios comerciales dejemos que hablen de la desaparición, otra tanda comercial y luego tocaremos los entretelones del crimen, nueva franja comercial y hablaremos de sus problemas emocionales.

 

Tristemente el día jueves 6 de agosto explota la noticia, todos los medios publican, han encontrado muerta a Ámbar. Durante días el país estuvo pendiente de Villa alemana y la zona de Limache, lugares que rara vez se transforman en espacios mediáticos. La prensa incendia la parrilla con la noticia, dos tercios de las noticias son la lamentable suerte de Ámbar.


En este caso no solo está en juego la violencia de género, sino que además está involucrado el sistema judicial y sus formas de proceder. Esta tragedia a desnudado las peores desigualdades que habitan nuestro territorio. En Ámbar se funden el abandono de una comunidad, de su propia familia y por cierto, el abandono de un Estado que llena los discursos con consignas como: “los niños primero en la fila”. Sin embargo, sabemos que es un discurso vacío, pues basta mirar la realidad en los centros del SENAME a lo largo del país. Ámbar también dependía de aquella institucionalidad, el Servicio Nacional de Menores llegó tarde a ocuparse de esta menor. 


Por Ámbar poco queda por hacer, quizás lo único que podemos hacer es exigir justicia. Quizás el mejor homenaje que una sociedad puede dar a una victima de la propia sociedad, es que su martirio se transforme en la flama que ilumine una nueva justicia. Una que proteja a los vulnerados y no a los hechores. Una que proteja a los niños, niñas y adolescentes por encima de cualquier cosa. Quizás y ahora si es posible pensar en condenas que se ajusten al daño causado. Que el presidio sea efectivo y real, que las cadenas perpetuas garanticen la sensación de seguridad en los ciudadanos de bien.


Porque dejemos claro un elemento, hoy suenan voces acaloradas que hablan desde el dolor o la indignación, que a partir de la furia que ha causado el asesinato de Ámbar sostienen necesario restablecer la pena de muerte. Una sociedad democrática y que respeta los DDHH no puede darse el lujo de caer en el salvajismo de arrancar vidas, responder a la barbarie con la misma moneda no haría sino profundizar la violencia y la desigualdad en Chile. Finalmente, este tipo de asesinos es el producto de una sociedad, es resultado de la violencia sistémica sobre la población. Si finalmente incluso estos agresores y violentos criminales (junto con la culpa que nadie discute), también y así lo prueban los estudios, ha sido abusados, violentados, segregados. Es gente dañada y de la que el Estado como tal tampoco se ha hecho cargo. Basta con conocer que sobre el 80 % de la población penal en Chile ha estado previamente en recintos del Sename, para darse cuenta que los esfuerzos del Estado han estado mal enfocados.


No intentamos minimizar el crimen, tampoco buscamos victimizar al asesino. Sino que a partir de este lamentable hecho que ha conmocionado a todo un país dar cuenta de una sociedad que está harta de la violencia de genero. Pero también de una sociedad que ya es capaz de ver más allá de lo superficial y mediático. Alertamos también ante la barbarie desatada. Para quienes los derechos humanos han sido bandera de lucha y moral y dignidad, decimos desde esta plataforma, NO A LA PENA DE MUERTE. Fortalezcamos entonces como sociedad las penas, las instituciones y establezcamos criterios de justicia.   


Es cierto, se ha dicho bastante en los medios. Todos le hemos fallado a Ámbar. Su familia, sus cercanos, las instituciones educacionales, el Sename, la sociedad en su conjunto que la vulneró y la arrojó a situaciones que una niña de 16 años jamás debió vivir. No le fallemos a tantas Ámbar que siguen por ahí, cercana a ti, sumidas en el dolor silencioso, vulneradas, conviviendo con sus agresores, sobreviviendo a la desigualdad que nos impone el neoliberalismo. 



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