COMPARACIONES ODIOSAS
Por Manuel Olivares Mérida
El mundo se ha conmocionado con la trágica muerte de George Floyd, hombre afroamericano que perdió la vida el 25 de mayo a causa a evidentes apremios ilegítimos por parte de la policía. Este asesinato no sólo a provocado un descontento en la población negra en Estados Unidos, sino que se ha convertido en un símbolo de la violencia policiaca a nivel mundial. Producto de este crimen las ciudades más importantes de EEUU han visto como nunca antes una masa de ciudadanos volcados a copar las calles y lugares icónicos de las grandes metrópolis norteamericanas.
Lo que comenzó como un malestar racial, ya ha adquirido ribetes de crisis social, pues ya cansados con un sistema que se sustenta en la desigualdad, y que históricamente a segregado a la población en virtud de su origen racial y sus capacidades económicas, se ha sumado un gobierno que ha demostrado toda su soberbia y que ha enfrentado esta crisis sanitaria mundial, derechamente desde la irresponsabilidad más absoluta. Dirán algunos que estando Donald Trump en el poder no podría existir una estrategia diferente.
La ola de protestas y violencia en las calles de Estados Unidos ha provocado según informaciones de diversos medios que el mandatario norteamericano pasara la noche en un bunker al interior de la casa blanca. Surge entonces la pregunta ¿No lo vieron venir? ¿Es una violencia que se explica a partir de un asesinato puntual? ¿Hay un contexto mayor que explique lo sucedido?
El país de la libertad y las oportunidades tuvo por siglos un historial de esclavitud. Sin ir más lejos fue recién durante el periodo de Abraham Lincoln en 1863 (casi un siglo después de vida independiente) que se abolió la esclavitud en el gigante del norte. Bastante tarde dirán algunos considerando que en Chile la misma ley se promulga en 1823 (ya en 1811 se había declarado la libertad de vientres, es decir, un hijo de esclavos nacía libre en nuestro territorio). Cabe destacar que una ley no determina que una cultura desaparezca. Por lo tanto, el racismo siguió existiendo en Estados Unidos durante el siglo XIX, siendo precisos, ya entrado el siglo XX hasta 1960 seguía la lucha por obtener plenos derechos civiles por parte de la comunidad afroamericana. Sucedían cosas que hoy serian inconcebibles, por ejemplo, había colegios para afroamericanos, micros segmentadas en su interior y grupos supremacistas raciales como el Ku Klux Klan que violentaron por generaciones a las personas que no compartían sus estereotipos raciales. Ante tanta violencia y segregación sólo se podía gestar una desconfianza ciudadana que, al paso de las décadas siguientes, a la del setenta daba señales de que evolucionaba, al menos en el papel y los medios se veía un desarrollo de espacios sociales y ciudadanos donde las diferencias raciales quedaban en el pasado. El gesto más grande en este sentido y que se explotó mediáticamente fue la elección en el año 2009 del primer presidente afrodescendiente Barack Obama (lo que sería equivalente a que un presidente de Chile tuviese ancestros pertenecientes a pueblos originarios, cosa que jamás ha pasado)).
Sin embargo, de manera intermitente la violencia contra la población negra en EEUU persistía, siempre bajo la lupa de la delincuencia, siempre criminalizados, siempre violentados por las fuerzas de orden. Cualquier comparación con la situación que experimentan nuestros pueblos originarios y en particular el pueblo Mapuche es sólo coincidencia. Lo paradójico es que los grandes hechos violentos y de conmoción social en estados unidos estuvo siempre ligado a norteamericanos blancos. Eran ellos los que entraban a colegios y desataban masacres como las de Columbine o sectas como las de Waco, dichas acciones eran dirigidas, planificadas y ejecutadas por blancos. Pareciera que estos patrones no son excluyentes, en tanto, Chile ha vivido la criminalización de etnias que defienden sus tierras ancestrales, desconociendo que la violencia a provenido desde el Estado, desde los mestizos y desde los empresarios que se creen dueños del territorio.
En Estados Unidos se ha manifestado la crisis del capitalismo, la misma que ya se ha visualizado en muchos lugares del planeta. Se mezclan situaciones económicas de precariedad, desigualdades que en su conjunto configuran una grave crisis social. Los denominadores comunes son la falta de oportunidades y la percepción de abuso por parte de las autoridades, estos elementos han sido una excusa para poder estallar una rebelión a escala planetaria. El modelo Neoliberal está agonizando y los países que han sido férreos defensores de esta manera de explotación ya no tienen las herramientas de legitimidad suficiente para detener el grito de justicia que suena en Estados Unidos y otros países del mundo. No es sólo Estados Unidos, Brasil y Chile están pasando por lo mismo. No olvidar que en nuestro país el 18 de octubre del 2019 se movilizó a tantos y tantas, en principio protestando por 30 pesos de alza en el metro, para luego descubrir que en realidad había otros temas de fondo, ensombrecidos por una careta de éxito económico, modernidad y accesos; que nada más escondían el endeudamiento de las familias, la precariedad de los sueldos, las condiciones indignas de los hogares en chile.
Ha pensado ¿Qué se esconde tras la mascarilla de los ciudadanos que usted ve en la calle? Quizás detrás de esas telas que son para los medios un sinónimo de irresponsabilidad y de riesgo en una pandemia, hay una necesidad que el Estado no ha logrado cubrir, hay hambre, deudas, hacinamientos, discriminación y desigualdad. ¿Cuántos George Floyd debe haber en Chile para que entendamos que hay que elaborar un nuevo contrato social?
Haitianos, mapuches, venezolanos, colombianos, pobres, son nuestros George Floyd. Los inmigrantes y los pueblos originarios son los que históricamente han tenido la rodilla en el cuello. Nuestro racismo y xenofobia se ha manifestado tantas veces, muchas veces de forma subcutánea, muchas veces de forma humorística, tantas veces de manera irracional y violenta. Las comparaciones son odiosas, pero suelen tener lógica.